6.2.12

Los caminos que no se han caminado.


"Ningún trabajo, ninguna rutina, ningún miedo, ningun compromiso, ningún juramento, justifica el mirar el camino sin anhelar caminarlo." Rodrigo Solorzano. 



Hace 3 días que elegí los silencios para mí. Traigo un montón de cosas en la cabeza y podría tuitearlas todas (como desde julio de 2009) pero la verdad es que he preferido guardarlas para mí. Total, si el tuit es bueno, ya lo dirá alguien más o quizás lo recuerde después. Y porque... porque me ha dado la gana. 

Elegí mis silencios para meditar, para estar conmigo. Así, al desnudo. No sin miedo, me doy miedo a solas, porque la verdad es que últimamente me pasa eso: me siento solita. Durante el tiempo más oscuro en mi vida, después del cáncer de mi abuelo y después de un feroz enamoramiento fue que me sorprendí teniéndole miedo a las noches, hasta que un día me supe no tan fuerte y me rompí y tuve que pedir ayuda. Me supe vulnerable. Ahora, le tengo miedo a la soledad y a los fines de semana. Mi fines de semana solían estar llenos de mucho amor, llenos de mi abuelo, eran y siempre fueron mis días de ser niña. No cambiaban, eran inamovibles desde que tengo uso de razón.

Era llegar a la casa los viernes por la tarde, comer la comida deliciosa de mi abuela (fueran frijoles, o nopales o queso de rancho). Era ella sirviéndome las mejores piezas, lo más rico, sólo para mí, aunque eso significara que ella no comiera lo más delicioso. Y sentarnos a ver la tele toda la tarde y ver cómo cabeceaba hasta quedarse dormida. No me importaba ver telenovelas, porque era con ella. Era dormirnos juntas y siempre subir a ver a mi abuelo a su cuarto y verlo como me escondía en control para que no le cambiara a la tele. Platicábamos un rato, a veces hasta que ya se iba a dormir y regresaba con mi abuela al cuarto de abajo. Se lavaba la cara y se ponía sus cremas a mi lado en la cama. A veces platicábamos hasta que el sueño nos vencía y me contaba las historias de su vida que yo ya me sabía de memoria pero que amaba escuchar una y otra vez. Era como una pijamaba. A veces ponía mis pies fríos sobre los suyos calientes. Exclamaba con un gritito, pero era gentil y me dejaba calentarlos. Nunca escatimó en nada para dar. Así fuera ella misma. Al día siguiente mi abuelo bahaba muy temprano, lo oía bañarse, olía cuando se echaba su loción, iba a la cocina mientras mi abuela se levantaba a bañarse y yo seguía profundamente dormida. Él echaba el agua para café y salía con una bolsita de tela a comprar bolillos calientes. A su paso saludaba a todos los madrugadores del pueblo y regresaba justo cuando mi abuela empezaba a hacer el desayuno. Tengo que decirlo: jamás he probado huevos como los de mi abuela y probablemente jamás vuelva a probarlos. Por más que la observé y le pregunté la receta por años, jamás he podido hacer un huevo con frijoles o con nopales como el de ella. Después escuchaba sus gritos llamándome a desayunar y desayunábamos los 3. Ellos ya bañados y acicalados y yo como una bruja con el pelo revuelto. Esto se repetía sábados y domingos. La misma rutina que entonces disfruté como loca, pero que jamás creí que desaparecería tan rápido. Ahora no hago más que encontrar mis fines de semana patéticos y vacíos. 

Puta madre, cómo los extraño. No logro llenar esos vacíos. Todavía no. 

Cuando mi tío murió en 2009 dejé de comer, me dio insomnio, lloré, dejé de ir a la escuela. Ahí, creo que no me dio tiempo de levantarme cuando mi abuelo ya tenía cáncer. Y tuve que sacar fuerzas de no sé donde y regresarme con él y empezar un nuevo trabajo. Y cuando murió y cuando terminé esa relación en la que ya estaba prendadísima... Ahí fue cuando le tuve miedo a las noches. Lloré semanas enteras hasta que creí que me iba a morir por el dolor tan fuerte que sentía en el pecho. Y fui a terapia y regresé a yoga, e hice amigos nuevos y mejoré en el trabajo y leí un libro y... mejoré mi vida. Creo que jamás me sentí tan viva como en ese renacer. Jamás. Mi felicidad y mi completitud eran perfectas. Era yo y sólo yo. La nueva yo. La tranquila yo. Una que no conocía. 

Hasta que se murió mi abuela... y otra vez me hice pedacitos. Y ahora... me está costando mucho trabajo reponerme, reconstruirme. ¿Terapia? Ha servido, sí. Pero también he sacado muchos monstruos de los cajones mejor guardados de mi vida. Y duele UN CHIIIINGOOOOO. 

Soy bien vulnerable, me siento sola, me siento chiquita, me siento algo desamparada a veces, extraño los ataques de euforia que solían ser cosa común, no lleno vacíos, me enamoro como si fueran cambios de calzones por el afán de tener "algo" y de las personas más inconvenientes y menos compatibles, a veces me dan ganas de correr y correr y corre y desaparecer. 

Ahorita podría decir que todo va a estar bien, que soy una mujer bien fuerte... Pero la neta, este es un post de sacar las cosas. Y ahorita no sé nada de nada. 

Sé que de esto voy a salir reinventada, pero no sé cómo ni cuándo. La verdad en estos días off everything me di cuenta de que el tiempo no importa, que no me voy a presionar con eso. Que si antes me reinventé rápidamente, no es una cosa de medirse en tiempo. Me estoy dejando ir como gorda en tobogán. Ni pedo. Ahorita estoy bloqueada para leer y para escribir (monstruos conocidos de la depresión por la primera y la segunda muerte) y pido paciencia. Mucha paciencia. Me estoy dando paciencia, me estoy dando silencios, me estoy dando ganas de correr porque de repente me sentí estática y quizás necesito los suelos que nunca he pisado. Quizás necesito reinventarme en algún lugar donde no haya creado ninguno. 

Esa idea ronda mi cabeza. Y... me sé lo suficientemente loca para irme. Pero, veremos en los próximos meses. Últimamente he notado que no puedo estar estática por mucho tiempo. Aunque, también cuando quiero huir es porque ya no estoy a gusto. Trabajaré para que no sean ganas de huir, sino de disfrutar el camino. Y de repente ansío esas ganas de regresar al hogar después de un vuelo largo y con nostalgia en la maleta. Se verá. 

Paciencia es lo que me voy a dar. Y paciencia porque voy a regresar en la maravillosidad de la reinvención llena de un chigamadral de dolor, vulnerabilidad, dolor y... aprendizaje. 

Estoy en la parte culera y llevo algunos meses allí. Pero ni modo, así es esto, no se puede estar siempre en la cima. Y... no olvido que este camino nunca lo había caminado. El de perder tanto y en tan poco tiempo, el de perder a la persona más importante y que nunca va a regresar, el de perderlo todo y tener que reencontrarme.