La última vez que escribí aquí fue hace mucho mucho tiempo. Yo no lo sabía a ciencia cierta pero estas entradas sí ayudaron a llevar mejor mi duelo. Terminaba la relación más violenta y enferma en la que he estado jamás.
Es un error pensar que el duelo terminó allí. Aún hoy, 5 años después, cargo con muchos de los traumas que dejó en mí esa persona que creí amar profundamente. Hoy, a la vista de terapia, una depresión, un tratamiento y varias relaciones fallidas sé que eso no era amor. Esa persona, para quien escribí las cartas y las palabras más bonitas (me arrepiento de no tener una copia de la carta donde le dije que lo amaba, sé que eran buenas letras) no era, no existía. Me "enamoré" de un sociopata narcisista. Y no hay otra forma en que una mujer como yo se enamore como me enamoré sino fuera por eso.
A la luz de ese evento, dejé la ciudad donde viví los últimos 10 años y me mudé al lugar donde jamás creí vivir. A esta ciudad enorme y caótica y conflictiva y llena de contrastes. En el camino también me enamoré de ella. Llegué sin dinero y con un desamor a cuestas y, por lo tanto, caminé mucho esta ciudad esas primeras semanas (hasta que recibí mi primer quincena). Caminarla, creo, me ayudó a pensar mucho y a vivir esos primeros meses de mucho dolor. Recuerdo perfectamente una vez que caminé de Coyoacán a la Napoles con mucha hambre. Creo que tenía muy poco dinero...
Despues me imbuí en el trabajo: uno de 9 a 6 y otro de las tardes y los fines de semana. Ese último, por supuesto, sin remuneración. Llevo 10 años contribuyéndole al mundo y al país de a gratis. Primero porque me gusta y segundo porque puedo. Me supe capaz de muchas cosas y me vi, en la competencia laboral de la gran ciudad, como una mujer inteligentísima y capaz. Luego coordiné un congreso internacional enorme. ¿Cómo fui capaz? Diría que no lo sé, pero lo cierto es que sí. Soy muy apasionada de lo que hago. Llevo a mi cuerpo y a mi cabeza a límites insospechados (y e veces inexplorados). Fueron muy buenos meses. Aún con el desamor a cuestas.
Y luego vinieron malos años. De nuevo. Como siempre. Porque esto es así: cíclico. Porque con el tiempo (y la vida, supongo) sabes que así será siempre. Rupturas, ventas, engaños, muertes, enfermedades... Imposible escapar de ellas. y te joden la vida. Un poco. Si las dejas. Si no te das cuenta. Si te haces la fuerte. Si no vas de la mano con un profesional.
No caeré en el detalle, pero pasaron varias cosas: renuncié a un trabajo que me dejó el autoestima profesional por los suelos, tuve muchos días de hospital por mi sobrina que nació con una malformación, me empeciné en profesionalizar algo que no quería ser profesionalizado, abandoné un sueño que era mi bebé. Fueron demasiados duelos para toda esta cabeza y este cuerpo. Y pasó: me deprimí. Con todas sus letras. Solo que yo no lo supe. No me di cuenta. No sabía que eso era depresión.
Vas por la vida creyendo que eres fuerte, que eres inteligente, que todo lo puedes. Que con mucho trabajo (del de escritorio y del de calle) superaras esos días malos y ese malestar que parece cansancio y fátiga. El auto engaño es fuerte y más cuando eres una mujer inteligente: llegó un punto en el que creí que era la edad y que por eso me sentía tan cansada. Que por eso de la edad no podía mi cabeza y mi cuerpo llegar a la cúspide de cosas por hacer. En serio me convencí de que eso era lo que me pasaba.
Fast forward a ayer sábado 15 de agosto de 2020. Estamos en plena pandemia. Y hoy sábado tuve un día completo y total: lleno de proyectos, de creatividad y de trabajo. Son ya las 2 am del domingo 16 y sigo aquí, con energía. Hace un par de semanas mi psiquiatra me dio de alta de la sertralina (mi anti depresivo) y lo único que me hace seguir tomando tafil de vez en cuando, es esta sensación de enamorarme de alguien. Sí, conocí a alguien. Me da miedo escribirlo acá porque mi miedo más grande es también ese: regresar sobre este post en unos meses o en unos años y saberme engañada y estafada. Y sí, esa relación no tratara, no hablada también formó parte de que me diagnosticaron depresión en 2019.
El día que supe que tenía depresión fue terrible. Mi cuerpo, que llevaba meses gritandome que le escuchara, no dio más de sí. Estaba yo envuelta en un momento de crisis y estrés terrible derivado de amenazas de muerte. Mi cuerpo no dejó de temblar desde que que pude rendir mi declaración. De allí, dos días de un llanto incontenible. Levantarme de la cama me costaba cada día más. Y nada... Una amiga me llevó de emergencia al hospital psiquiátrico. Yo no opuse resistencia porque no comprendía que estaba pasando. Gracias, Ali. Me salvaste.
Entonces... No era cansancio ni era mi edad. Era depresión. Jamás creí, en ese autoengaño, que podía volver a sentir la energía que sentí ayer.
Insisto: esta guerra no está ganada. Quizá no se gane nunca y haya toda la vida pequeñaa batallas (como la que libro ahora de superar mi estrés postraumático y poder tener relaciones amorosas con hombres tras relacionarme con un sociopata narcisista y poder por fin dejar el tafil y saber manejar mi ansiedad), pero por lo menos la batalla contra la depresión ya la gané. Sé que a la próxima (si es que la hay) podré detectar a tiempo las cosas que mi cuerpo me diga, se que ahora no dejaré cabo suelto en los baches de la vida y que hay que incluir en la dieta de una el tratamiento terapéutico.
Ayer sábado 15 de agosto fue un buen día. Volví a sentirme de 25. Volví a sentir esa electrizante energía, ese boost de felicidad constante que me dan mis procesos creativos, una redescubierta pasión que no sentía hace unos 15 años; amar así, querer así y demostrarlo pero con mejores herramientas y aprendizajes que cuando eres una morrita de 17 que tiene las hormonas a tope y que no sabe nada del mundo mas que sentir intensamente; esto de dejarse llevar, de saberse poderosa (y odiada y envidiada, muy odiada y envidiada), esto de verse con los ojos con los que la ven los demás (y que jamás creí ser eso que ven en mí y que me hace sentirme profundamente conmovida y agradecida).
Ayer fue un buen día y sólo quería ponerlo acá, porque me leo y digo; qué talentosa y a la vez pienso en por qué este afán de escribir sobre todo estndo triste. O bueno, sí sé: porque me daba tregua, aunque hoy también sé que escribir en este estado en el que escribo hoy, me llena de placer.
Son otros tiempos, son otros días. Estoy bien.