Nos volteamos a ver, nerviosas. Yo no sabía cómo decirle que a pesar de todo lo que ya le había dicho a lo largo de los meses estaba nerviosa. No es lo mismo en la teoría que en la práctica. Pero al igual que ella, muchísimos más tenían fe en mi. Una mujer, joven, cualquier cosa. Tenía miedo. No podía decirles de repente que prefería irme a casa y dejar las cosas tan mal cómo estaban. Maldita sea la esperanza que hoy se depositaba en mi. Por muchos años vimos esa película Marina y yo, con una emoción indescriptible, porque cuando llegaba la hora del 5 de noviembre (esperado por tantos años), cuando por fin pronunciaba el "remember, remember the 5th of november" y veías explotar al parlamento inglés es que explotábamos nosotras, incrédulas y emocionadas. Si tan sólo mis aspiraciones hubieran sido tan sencillas cómo casarme y tener bebés, hacer la comida y esperar con ansías mis fines de semana dedicados a la familia ¿En qué momento dejé de ser cómo mis hermanas o cómo mi mamá? ¿En qué momento me convertí en esto?
Mientras veíamos los mapas en la pantalla de la computadora y Marina (compañera en todas y cada una de las batallas, en todos mis llantos repentinos, en todas mis dudas), mientras analizábamos todos los puntos de ataque, mientras la veía completamente temblorosa por la emoción fue que me acordé de mi mamá y de mi papá que jamás pensaron en que terminarían teniendo una hija revolucionaría y que rompería con todos los cánones de lo que nuestra familia (una buena familia al inicio del nuevo Milenio)era. No me importó saber de las amenazas o del miedo... Al principio lucharon contra lo que yo era, contra el monstruo en el que los libros me habían convertido, contra todo lo que la UNAM representaba para mi. Mamá trató de disuadirme de todo y me puso en contacto con Pepe, un muchacho que iba totalmente de acuerdo con la idea de lo que ella hubiera querido para mi o para mi hermana. Pero no era lo que yo quería para mi. Pasamos del amor adolescente a la relación seria que temporalmente me alejó de los escenarios que a mi realmente me interesaban; esos dónde yo cambiaba a este país y que siempre me hacían soñar despierta. Cuando ya sumidos en el amor supe (gracias las novelas de amor que me leía por aquel entonces) que había que tenernos confianza fue que le confié mis sueños los más locos e inverosímiles y el río a bocajarro. Sólo supe sonreírle entonces y cuando se retiró a su casa me encerré en mi cuarto a llorar cómo lo hacía Adela Noriega en esa novela de época que mi mamá solía ver. Así me sentí. Pepe sólo me hizo sentir tonta y ridícula, porque una muchacha cómo yo no iba a cambiar nada. ¡Por dios!, me dijo, ¡Pero si eres una niña! ¿Cómo es que se te ocurren esas cosas tan tontas? Y sí, me sentí la más tonta....
Me creí enamorada y justo cuando más lo estaba es que apareció aquel que me dijo que lo que yo deseaba podía hacerse realidad. Se llamaba Joselo y había vivido por todas partes y había leído todos los libros. Me hizo descubrir a la reaccionaria que ya vivía en mi pero que a los 15 yo había olvidado por un Pepe hijo de vecino. Joselo me hizo ser tan infiel cómo lo había sido Pepe antes y descubrir las partes de mi cuerpo aún inexploradas. Leímos juntos los libros de la clase de política y nos sentábamos a debatir por horas sobre lo que debía o no hacerse en este Estado Fallido llamado México.
Él había perdido unos tíos y hablaba del gobierno con total candor. Yo no. Yo no había vivido en vida propia nada de lo que se quejaba él, por lo que miraba a las cosas desde lejos y levemente afectada. Sin embargo, cuando caminábamos por las calles es que me invadía una furia que sólo podía acallar con horas de cansancio y sueño. Las calles de mi país estaban llenas de violencia, de levantones, de muerte, de sangre, de secuestro, de pobreza, de droga, de robos... Cuando empezamos a ir a las colonias más pobres de la ciudad fue que me di cuenta en total plenitud. Jamás vi a la mierda y a la miseria tan de cerca. Algunas veces Joselo se sentaba en las banquetas y se tiraba de esos chinos tan hermosos que tenía en la cabeza... algunas lágrimas salían de sus ojos y miraba al cielo. Una de las últimas veces gritó con toda la fuerza que sus pulmones le permitieron cuestionando todo aquello que nos enseñaron de chicos viniendo de familias católicas, el de una familia priísta y yo de una familia panista (cosa que mi papá me reprochó no una, sino varias veces). Éramos Joselo y yo los que subíamos por la montaña más veces que cualquier empleado de gobierno para ayudar en lo poco que pudiéramos a esa gente que se moría de hambre y que aún así hallaba tiempo para ver la novela de las 8. Yo no lo entendía y a pesar de toda la podredumbre y hambre que veía a mi alrededor no podía entender cómo era que la gente se sumía en la más profunda apatía en cuando aparecía Colunga en pantalla. A mi me parecía empresa perdida y me daba cuenta que todo lo hecho con anterioridad era simplemente asunto perdido... Entonces Joselo me abrazaba y me decía que la gente no tenía la culpa, que estas eran las herramientas que se les habían dado desde que nacieran... que así era el entramado social y que más me valía darme cuenta de ello y aceptar las cosas como eran. Me besaba y me calmaba con su tono de voz. Hoy me doy cuenta de que de alguna manera yo le ponía los pies en la tierra cuando planeaba una de esas empresas imposibles... Yo tenía sólo 17 años.
Lo que vino después importa muy poco. Sólo sé que un día, después de mucho trabajo Joselo era alguien que había logrado lo que pocos políticos por esos años y que iba directo a convertirse en el que lograra el verdadero cambio en este país. Él tenía 28 años y yo 21. Las predicciones de los intelectuales se hacían realidad: a este país lo iba a cambiar la gente joven. Yo no me daba cuenta de nada, simplemente opté por apoyarlo y por ver a través de sus ojos lo que pasaba acá. La gente creía en él. Yo también. Por entonces mis papás no me dirigían la palabra y a mi me importaba poco, porque estaba inmiscuida en el movimiento revolucionario más importante en México en el nuevo Milenio. Íbamos a cambiar al mundo, decía Joselo y en medio de vítores todos lo acompañabamos.
Entonces lo mataron. Después mataron a mis papás. Luego a mis hermanas. Marina fue la única que quedó de aquello que ellos creían que iban a destruir mi espíritu. Sucedió todo lo contrario. Yo ya no tenía nada que perder... acaso una vida que ya no valía nada. Me dieron el coraje para estar acá hoy.
Veíamos los mapas y analizabámos todas las situaciones. A nuestras espaldas, en medio de penumbras, hallabanse un grupo joven de programadores, listos con sus macbooks para cualquier cosa que sucediera y prestos a todo. Entraban en todos y cada uno de los portales de gobierno, hackeando e informando. Se acercaba Abril, y más específicamente el 23, fecha que habíamos escogido para el paro nacional. La gente especulaba, quizás escéptica de lo que el movimiento lograría. Pero a nosotros poco nos importaba. O más bien a mi, porque una vez que yo creía en algo, se lo transmitía al equipo, que confiaba ciegamente en mi y en mis discursos, esos donde algunas veces llegué a temblar y a derramar lágrimas de la emoción. Miles de e mails eran enviados a diario, en el gobierno todo tenía que hacerse manualmente ya que nosotros controlábamos todo aquello que pudiera hacerse con máquinas. La gente ya no iba a bancos, la telefonía la manejábamos toda nosotros y era gratis para todo el país. Faltaba justo una semana para el gran golpe. A la disposición del gobierno se encontraban una serie de ingenieros de la vieja escuela que algunas veces nos daban batalla pero la verdad es que los mejores, los más actualizados, los más apasionados estaban con nosotros. Los días siempre terminaban con victorias nuestras y a la par que podían reestablecer sus sistemas, antes de que cayera el sol éramos nosotros los que lo controlábamos todos. Esa última semana fue que cumplí el sueño de quitar las telenovelas. Pusimos a la disposición de la gente los más grandes documentales hechos con la gente más capaz del canal 11 sobre los grandes heroes desmitificados de la historia de México. En el prime time pusimos una serie de programas de analisis, con discursos exactos y justos, cuyo propósito era que la gente despertara, reaccionara y se diera cuenta de que el cambio estaba todo en sus manos. Esa última semana era clave. Ya todo estaba preparado, la gente estaba como el puma ese que se dispone a atacar... presta para el gran salto. Habíamos trabajado tanto el ello, tanta gente había desaparecido y/o muerto... Estábamos listos para el nuevo país con el que soñábamos.
Marina me miraba con miedo. Contrario a lo que pudiera creerse esos últimos 7 días antes del 23, dormí cómo no había dormido en los últimos 4 años. 25 años era mi edad, aunque las marcas en mis ojos demostraran más que eso. Cuando Joselo recién murió y cuando las amenazas de muerte sobre mis padres, lo único que hice fue llorar. Desaparecí de todos lados, creyendo que así todo terminaría. Regresé el día que me di cuenta que lo había perdido todo y que el movimiento no era yo, sino que el movimiento existía por sí solo. Decidí regresar y retomarlo todo, siendo mujer y siendo joven. Muchos hombres que antes habían sido mis amigos se convirtieron en enemigos y miraban recelosos a cada paso que yo daba. Alguna vez estuve a punto de desistir, pero cuando me daba cuenta, lo único que sentía eran ganas de darle en la madre a todos: a los que habían matado a Joselo, a los que habían desaparecido a mis papás y a los que habían hecho de este país la mierda que era hoy.
Justo antes de que Joselo muriera fue que logró su unica gran victoria: la legalización de las drogas. Cómo reímos ese día, Hicimos el amor cómo locos y le vi tan eufórico como pocas veces en la vida. El gobierno pensó entonces que allí terminarían las cosas y que con eso nos daríamos por bien servidos, pero la humanidad no funciona de esa manera; uno siempre quiere más y más. Y nosotros queríamos más cada vez. Hasta que fuimos incontrolables.
¿Quién iba a pensar que la chavita flacucha esa de 21 años iba a reaparecer al haberlo perdido todo y que se iba a lanzar con aún más candor que Joselo Martínez? Nadie se lo imaginó y he allí la gran táctica y justo la menos planeada.
Desde hace 4 años que nadie me ve la cara y algunas veces los oigo preguntarse si soy hombre o soy mujer. Pero... es que no soy ninguna de las dos cosas, soy una idea hecha realidad. Las ideas nunca mueren.
Faltan tan sólo 7 días y Marina sólo atina a echarme encima esa mirada preocupada que tanto detesto. A veces yo también dudo. Pero sé dudar no está mal y que significa aterrizar para entonces tapar los pequeños huecos dentro de este plan.
En 7 días empezamos el nuevo país, mis queridos. Y cómo yo ya no tengo absolutamente nada que perder más les valdría hacerse a un lado.