4.7.13

Silencio a la mexicana

Mientras escribía el post del cáncer y escuchaba música en mis audífonos, noté el aire tenso. Estaban en la oficina mi jefa, el Licenciado López y los choferes. Me quité los audífonos.

Hablaban de que levantaron a alguien aquí afuera. A un chico que hacía Servicio Social en el área de psicología. Salió el martes a Avenida Madero, una chica le dijo "ayúdame a subir estas cajas al coche", el le ayudó y la chica lo empujó dentro. Se lo llevaron, lo golpearon. Lo soltaron ayer. En la oficina comentan que seguramente "soltó la sopa" y dio nombres de posibles "secuestrables". Dicen que tienen a varios más secuestrados (todos jóvenes, hombres y mujeres). Hablan de narco en Pachuca, de delincuencia organizada, cuentan los chismes que andan rondando al respecto, dan nombres de gente que sospechan es narco... Los comentarios que se pueden escuchar en cualquier parte de este país.

Terminan de contar. Se hace el silencio. Dura unos 10 segundos. La tensión está en el aire. La tensión y algo más... ¿y si me levantan a mí? ¿Y si me quieren secuestrar? Ahora me voy a fijar cuando salga de aquí, qué país tan triste, qué hijos de perra los que secuestran y le destrozan la vida a alguien. Alguien hace un chiste (humor mexicano), todos mostramos media sonrisa. El silencio sepulcral no se va. La pesadez en la panza menos...

Mi estupor y mis nervios me van a durar unas horas, luego voy a intentar seguir mi vida, lo olvido o lo bloqueo porque uno no puede vivir con miedo...

Odio ese silencio que sigue al "está cabrón", el silencio que sigue a cuando en este país hablamos de TODO lo que pasa mal, de TODO lo que está de la verga, a TODO eso que nos hace sentir vulnerables, el que sigue a hablar de TODO lo que TODOS sabemos pero que intentamos no pensar para creer que vivimos "sin miedo", odio este silencio pesado y doloroso.

A veces dejo de querer a este país. 

El hijo de perra

Mi historia con esta mierda de enfermedad data de 2009. Quizá esto deba titularse "la muerte y yo". O algo.

Por mi abuelo Gustavo Corres sé que mi bisabuela, madre de él, murió de cáncer de mama. Eso lo descubrí en algún punto de mi adolescencia y fue el único contacto que hasta 2009 tuve con enfermedad de mierda.

Recién acababa de morir mi tío Andrés en un hospital público. Una historia muy triste que me dejó muy deprimida y que intentaré resumir en unas líneas. Mi tío Andrés, hermano de mi papá, fue alcohólico gran parte de su vida.  El alcohol fue su compañero desde que fuera un adolescente, se le disparó en medio de un matrimonio con una mujer que no quería y que lo desesperaba hasta puntos violentos, cuando la engañó con una alcohólica como él, cuando su divorcio, cuando perdió a sus hijos por ex mujer que ahora lo odiaba a pesar de su recién descubierto mormonismo fanático (ella encontró "refugio" en esa religión, aunque nunca he entendido cómo pregona tanta cosa si está llena de odio), cuando le dio diabetes... Finalmente dejó de beber cuando descubrió que ya tenía insuficiencia renal y que no viviría más allá de 2 años. Su única esperanza era un transplante de riñón.

Mi tío Andrés era un hombre bastante necio y callado. No nos contaba nada de lo que le pasaba. Yo lo recuerdo feliz cuando era niña, siempre me abrazaba y me besaba a puntos empalagosos. Recuerdo su barba raspándome los cachetes, lo hacía a propósito para molestarme porque sabía que sus barbas me picaban cuando me besaba. Esa costumbre sólo la perdió en esos momentos de nuestra relación en que no había relación at all, o sea, cuando no nos hablábamos. Era un hombre feliz, lo recuerdo y lo veo en las fotos de cuando era muy joven: siempre sonreía. Sin embargo, se fue amargando con la edad. En los últimos años de su vida dejamos de hablarnos por períodos. Yo era insidiosa y hacía preguntas. Él era hermético y grosero. Me lastimaba y supongo que mi curiosidad por verlo infeliz era lo que le molestaba. Hubo dos confrontaciones en donde nos dejamos de hablar por varios meses. No lo lamento, simplemente sucedió así. En diciembre de 2008 recibimos una llamada. Mi tío estaba en el hospital en Celaya, muy mal. Quizá moriría. Ahí, en boca de su 2da esposa, esa alcohólica con la que engañara a su primer esposa y que permanecería con él más de 10 años, gran parte de ellos en sobriedad nos contó todo lo que ella misma había descubierto el día anterior: mi tío había sido diagnosticado ya con un daño renal irreparable, se había enterado en algún punto del año anterior. No había dicho nada. A nadie. No quiero imaginar a qué punto tuvo que llegar para acudir al médico. Tampoco era de los que iban al doctor. No dijo lo de que necesitaba una dieta, lo de que tenía que cuidarse, lo de que necesitaba una alimentación especial. No se lo dijo a nadie. Siguió viviendo con sus malos hábitos, todos ellos (menos el de beber). Fue en diciembre de 2009 que una gripa lo tirara y acudió a la automedicación y sus cuidados torpes y sin supervisión. Tuvo una crisis. Recuerdo llegar a Celaya, a ese hospital privado en el centro y entrar al cuarto y verlo tan débil, frágil, tembloroso y flaco, MUY flaco. Me tiré a llorar. Ahí terminamos el último período donde no nos hablaríamos. El no habló porque no podía, cada una de las partes de su cuerpo temblaban debido a ese desajuste de sustancias vitales dentro de su cuerpo. El no habló pero no hacía falta. En sus ojos llorosos vi tanto amor como en el mío. Lo vi apenado, además. Apenado porque en su tonta cabeza no quería vernos preocupados. Por eso el silencio autoimpuesto. Todo se nos olvidó. Sus hijos a duras penas fueron a verlo al hospital y jamás consideraron la posibilidad de donarle un riñón. Pero ¡cómo! ¡tenían toda una vida por delante! ¿Y sin un riñón? ¡Jamás! Se rehusaron a donarle un riñón a su papá, tampoco sangre, a duras penas estuvieron en el hospital y a duras penas lo cuidaron en su recuperación. Mi papá decidió que él sería el donante.

No hubo terapia, ni nada. Sólo éxamenes médicos para determinar compatibilidad y la venta de terrenos. Había poco dinero. Se echó toda la carne al asador. El doctor no presionó con la onda de terapia. En mayo de 2009 todo estaba dispuesto para el transplante. Ese día trabajé. Estaba en el medio de el final de una relación de 2 años, con la escuela y el trabajo a full. No me quise tomar el día porque pensé que no era necesario. Tenía 22 años. No me di cuenta de lo importante que era dejarlo todo para estar al lado de gente tan importante para mí. A nadie le conté lo que pasaba. Me lo guardé. Me guardé mi frustración por esa relación estresante y triste que ya navegaba en los nebulosos campos del final y me guardé que mi papá estaba en medio de una operación que duraría más de 5 horas. Mis abuelos estaban allí con sus hijos, rezando. Mi abuelo contaba con una sonrisa en la cara que mi papá había donado un riñón enorme y que por eso la operación había tomado tanto tiempo.  El transplante resultó exitoso. Todos brincábamos de gusto. Olvidamos la parte de la recuperación... Creímos que todo estaría bien, que él estaría bien, que por fin tenía los ánimos de vivir. No nos dimos cuenta que estuvo solo en esa parte tan vulnerable. Sus hijos menos lo cuidaron y eso era lo único que él quería... quería saber que no los había perdido. Pero al parecer era demasiado tarde. Sobra decir que a partir de eso dejé de hablar (para siempre) con mis primos. Mi prima Andrea se convirtió en su madre: un ser lleno de odios, complejos, baja autoestima, llena de rencor. Uno de sus argumentos para sostener la separación de su padre fue que "no iría al cielo con el Padre Celestial" porque no permaneció casado con su madre. El odio se le veía en la cara y es algo que yo no puedo concebir. Odiar tanto a alguien. Tanto tanto. Alcohólico sí fue, sí trató mal a su madre, pero la verdad es que a ellos siempre les dio todo lo que pudo darles y siempre lo vi cariñoso con ellos. Supongo, también, que no soy quién para juzgar. Cada quien carga las piedras que quiere cargar en el camino. Estoy segura de que Andrea carga unas pesadísimas. Equis.

En la recuperación de mi tío, no contamos con que estaba solo, con que su mujer tenía y quería trabajar todo el día, primero por las deudas y segundo porque ya no toleraba estar en casa: mi tío cada vez se amargaba más (contrario a lo que todos creíamos que sucedería). Las cosas no siempre suceden como en las películas. Creímos que estaría feliz y entusiasmado por la nueva oportunidad de vivir y pasó todo lo contrario. Supongo que te haber habido terapia no hubieran recomendado el transplante o hubieran trabajado en él para que estuviera completamente preparado para recibir un órgano. Un día dejó de comer, nadie lo vio, le dio un coma diabético y fue a dar a urgencias del seguro. Allí contrajo una infección que lo dejó delirando y perdiendo lo poquito de vida que le quedaba. Estuvo en ese hospital poco más de 2 semanas. Tampoco fui. No había dinero y yo "tenía" que trabajar para mantenerme. Esa fue la excusa que me di a mi misma cada uno de los minutos de esos días. Por eso no fui, por eso me limité a llamar para saber cómo estaba. Creo que tenía algo de miedo de verlo mal. Mi mundo se empezó a derrumbar y terminó de derrumbarse el día que murió. Nunca antes había vivido la muerte de un ser amado. Ésa sería la primera. Murió un viernes 31 de julio, en Celaya, Guanajuato. Tampoco fui a su funeral. Los sábados era cuando más trabajaba y cuando más dinero percibía. Cuánto me arrepiento de no haber ido. Era una niña. Ese día viajé a Tlahue, a casa de mis abuelos sólo para encontrarme con sus cenizas en un nicho. No él, no nada. Mi tía Claudia me dijo "qué bueno que no lo viste, pesaba, a lo mucho 40 kilos, no hubieras querido verlo así". Pero yo quería muchas cosas. En ese momento mi único deseo era regresar el tiempo, estar con él en la operación, renunciar a mi trabajo y cuidarlo todos los días hasta que viviera 80 años feliz con su riñón regalado. Me sentí culpable, la más culpable. No dormía, no comía, me levantaba como un zombie, mi ex se había ido, me había dejado. Me levantaba, no me bañaba, no me maquillaba, me iba como fantasma al trabajo, sentía que en cualquier momento  rompería a llorar mientras daba clase. Un día, con un alumno que acababa de perder a su suegra de cáncer en casa y me contaba su pena, lloré con él. No me importó. Supe que estaba mal el día que mi jefe me habló a la oficina, la cerró tras de mí y me dijo ¿qué te pasa? Me tiré a llorar, le conté de mi tío, le conté que no pedí permiso para ir, para estar con él. Me regañó, me dijo que la familia era primero, que debí decirlo, que me fuera unos días. Me fui. Unos pesos más, unos pesos menos. Ya estaba rota por dentro. Recuerdo esos días como oscuros. Recuerdo la luz mortecina de la calle, las cortinas corridas, yo debajo de mis colchas, yo sin ir a la escuela, yo sin ganas de nada. Ha sido una de las épocas más oscuras de mi vida. Así la recuerdo: en medio de tinieblas. Con el tiempo he aprendido a vivir con ello y a perdonarme. A saber que mi tío tomó las decisiones que tomó, que era un ser atormentado e infeliz, que las cosas pasaron como pasaron y que muy probablemente yo no hubiera podido hacer nada para cambiarlo.

En esos momentos mi abuelo empezó con una tos persistente, de repente le costaba trabajo respirar. Regresaron los días de hospital. Pasó casi 2 meses en el INER (Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias) en medio de estudios. El diagnostico: cáncer de pulmón. ¿Quimio? Probablemente no la aguantará. Mi papá entonces se convirtió en su padre y le dijo ¿Qué quieres hacer? Piénsalo bien, quizá no aguantes. Decidió no tomar quimio.

Hay varios posts en este blog referentes a la enfermedad de mi abuelo. Ahora que lo pienso, hay menos de mi abuela y éste es el primero donde cuento sobre la muerte de mi tío. Quizá es que hablamos menos de las cosas que más nos duelen.

El cáncer es un hijo de puta.

Pocas cosas que agregar. Es un hijo de puta. Se lleva a la gente que amas en las maneras más culeras posibles. Se lleva a la gente vieja y a la joven, a la feliz y a la infeliz, a la que vive enojada y a la que no, a la que llevaba una vida sana y a la que llevaba una vida de excesos... eso es lo que más me frustra de ese hijo de perra. No hay patrones, no es explicable, no hay nada que nos pueda indicar por qué da o cómo. No es como la enfermedad de mi tío que nos lleva a entender que una serie de decisiones personales lo llevaron a enfermarse y a llevar la vida que llevó. ¿Pero mi abuelo? Mi abuelo era bueno, era sano... ¿por qué? Hasta la fecha no lo sé y probablemente nunca lo sepa.

En los últimos meses recuerdo mucho el cáncer porque trágicamente lo hay por todas partes. Lo vi en el blog del dude que sin pudor mostró la enfermedad de su esposa en fotos desde el inició y hasta que muere. No hay finales felices, cada una de las fotos muestra el desarrollo de la enfermedad. Jennifer pasa de ser una sana y joven mujer a un costalito de huesos sin pelo. La última foto es el de una cama vacía. Es tristísimo. El dude nunca se fue de su lado. Justo como nosotros jamás dejamos a mi abuelo. La enfermedad se come todo, te deja en los huesos. Eso es igual. Los enfermos de cancer se ven todos así: la mirada perdida, la muerte rondando, sin mejillas, sin color, cabezas calvas, la dificultad en el rictus. Luego está el blog de Ezra Caldwell donde él mismo muestra mediante fotos su lucha contra la enfermedad. Está ya en fase terminal. Su blog: http://www.teachingcancertocry.com/?author=2 Ezra es un fotógrafo talentosísimo y tiene sólo 38 años. El cáncer se muestra igual de implacable. Por último, por unos replies en Twitter supe de Amaya Marichal. El último post de su blog se llama "Triste descubrimiento" y dice así:

Hace un par de días descubrí algo. Me asusté. Grité. Lloré. No lo podía creer...

Ya no puedo mover mis piernas. Ya no las siento. Estoy paralizada de la cintura para abajo. Es desesperante. Frustrante. Muero de miedo. Estoy triste. ¿Cómo va a ser mi vida ahora? ¿Seguirá avanzando la parálisis? ¿Qué va a pasar? 

Amaya murió mes y medio después. Tenía 32 años y tenía un bebé de menos de 1 año. Luchó más de 2 años contra el hijo de perra. No ganó. He leído como posesa su blog. Qué talentosa y bonita era. Y se fue. Eso me llena de tristeza.

Nada. El cáncer es un hijo de perra.