9.5.10

Treceavo

Sintió la arena caliente bajo sus pies y miró al horizonte. No había nada allí. Ni acá, pensó. Ya nada me detiene. Ni aquí, sobre la arena que me escueza los pies, ni allá, dentro del agua salada que me escocerá la piel tostada por el sol. Quiso correr, pero en vez de ello se quedó mirando el agua. No tenía fin y el principio se movía incierto al compás de las olas; como ella, sin principio ni fin. Quiso gritar, pero tampoco pudo. Sintió como se quedaba sin respiración y al mismo tiempo, con un hueco enorme en las entrañas y el pecho, como en esos sueños donde vuelas y de repente caes en un vacío que no parece tener fin y en un sobresalto, despiertas en medio de la noche, con el corazón latiéndote a mil. Nunca logras llegar al fin del vacío. 
   Recordó como solían ir en auto a la costa, como con sus pies descalzos sobre el tablero sentía la brisa marina acariciarle la cara. Sentía el vapor que la rodeaba y se imaginaba bañándose en una tina de aceite. Así se sentía con ese calor que le calentaba el alma. Él la miraba de vez en cuando, entre la carretera y la sorpresa de hallarse a su lado. Siempre le dijo que no podía creer que tenía una mujer así para sí mismo; un simple mortal. Entonces ella tampoco quiso decirle que sí, que era un tipo demasiado ordinario y que, efectivamente, no sabía que hacía al lado de un tipo como el. No se lo dijo entonces. No se lo diría jamás. Era bueno, quizás demasiado. Y ella, como todo en su vida, se guardaba. Se guardaba de el y se guardaba de sí misma. En momentos, se creyó muda. 
   Pero hoy, hoy explotaba porque se sintió libre por primera vez en su vida. Él lo supo y ella vio en sus ojos que no era un secreto ya. En esa fracción de segundo en que sus miradas se cruzaron no estuvo segura de tener el valor de irse. Pero entonces percibió el enojo y dejó de importarle. Era libre.
   Así como estaba; descalza y con el traje de baño de dos piezas encima; corrió y corrió para nunca regresar. Y entonces no se dio cuenta, pero se daría cuenta después: que ella, así como era, callada, tonta y todo; ella estaba hecha para correr, para sentir la brisa marina en la cara y correr el tiempo que le diera la gana. Porque ella era así, libre. Aunque nadie nunca en la vida se lo hubiera explicado y aunque todos los hombres a su alrededor le hubieran dicho que ella era una mujer que debía estar con alguien siempre. En ese momento pensó que bien podía estar sola y correr todo el tiempo y distancia que se pudiera. Ni siquiera le preocupaba ir casi desnuda. No. Nada le preocupaba, inclusive habían dejado de preocuparle los últimos ojos que se habían posado sobre los suyos, esos ojos tristes (al principio) que le imploraban quedarse, esos ojos, que al final se habían mirado enojados. Esos ojos que le decían "después de todo lo que yo he hecho por ti y... ¿así te vas?". Las cosas que él dijo entonces no quiso ni imaginarlas. A decir verdad, ni siquiera le importaban. Era libre. Libre con su cuerpo, libre con su pensamiento, libre con su futuro....
   Miro la playa sola, sin un alma. No sabía ni qué hora era, ni cuanto tiempo había pasado. Imaginaba que era ya tarde, el sol se ocultaba. Sintió su largo cabello tocar con las puntas cada pedazo de sus hombros. Sintió como el flequillo en su frente se elevaba con el aire, permitiéndole ver el mar con todo su esplendor. Sintió de nuevo la brisa sobre cada milímetro de piel sobre su cara pero entonces fue diferente a esas veces en el auto. Removió de su cuerpo cada pieza que la relacionara con el mundo que quedaba en tierra. Entonces no sintió la mirada de él encima, rogándole quedarse, no sintió la presión de regresar a casa a su lado, no sintió la quietud de su vida, no sintió la nula emoción en su corazón, no sintió la "nada" en sus entrañas. Allí parada sobre la arena caliente, con el sol en su cara, con el aire tibio envolviéndola, respirando el olor salino, viendo el azul del mar, sintiendo que volaba, con el corazón henchido de algo que no supo explicarse... Allí mismo ya no se sintió tan sola. Simplemente dio uno, dos, tres, cuatro, cinco pasos al frente. Entonces (por un momento nada más) sintió el agua fría cubriéndole los pies hasta llegar a sus tobillos para luego regresar al mar mismo. Sintió ganas de ser agua y disolverse con el mar. Dio el sexto paso... Y luego el séptimo. Octavo. Y sintió los muslos fríos. Ella era mar. Era aire. Era vida. Entonces sólo sintió la emoción de ser quien siempre quiso ser. Fue agua, fue mar y fue vida. Fue ella. Porque ella era esto. Noveno. Décimo. Sintió sus pezones duros. El agua fría. Agua que quizás venía del otro lado del mundo, de lugares que ella en su perra vida vería. Pensó en la vida y el amor que nunca tuvo. Respiró una vez más, pero esta vez no supo si había sido por el frío o por la emoción. El sol se ocultaba cada vez más. Doceavo. Sintió el agua helada sobre sus labios. Imagino (como tantas veces antes) que esto solamente era aceite. Estaba lista. Y entonces volvió a recordar ese sueño cuando te avientas al vacío y de repente te quedas sin aire. Despiertas. Sólo que ella sabía que esta vez de verdad no despertaría.  Sonrió. Como nunca en la vida, sonrió. En el fondo se burlaba de él. Porque ni él ni nadie la habían hecho sonreír como lo hacían este mar y ella misma. Eso la hizo explotar de emoción. Porque entonces entendió todo. Como nunca nadie más lo entendería. Entendió cada segundo de su existencia. Se supo mar, se supo aire y se supo vida. Treceavo...

   Entonces dejó de respirar y simplemente se dejó llevar. Se imagino espuma. Viajando a los lugares que nunca en su vida hubiera podido conocer. Perra vida y donde le tocó nacer. Entonces su oscura piel navegaría sobre el mar, mirando peces y tocando corales por el tiempo que ella lo deseara. Ella, que nunca había creído en dioses ni en nada, pidió le fuera permitido quedarse en el agua. Sentir el agua frío que calmaba el fuego que nadie nunca supo entender o amar. Porque ella, al final de todo, en la última de sus exhalaciones se supo eso: fuego. 

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