30.7.10

El chingado G...

1

Iba caminando. No quise mirarlo a los ojos porque sabía que notaría mi nerviosismo. Sólo lo observe a lo lejos, cauta. Mire su negrísimo cabello sobre su cara. Tuve ganas de removerlo con mis dedos. Pero me supe lejana, muy lejana. Justo pensaba eso mientras lo miraba fijamente, cuando levantó la cabeza. Por un momento suspendió sus ojos sobre los míos. Quise retirar la mirada, pero tampoco pude. Se sintió magnético y siempre he creído que uno no debe dejar de pasar ese tipo de oportunidades. Soy cobarde, eso tampoco es una mentira porque no era ni la primera ni la última vez que lo veía caminar por los portales con los mismos tennis gastados y la misma mirada perdida. Nunca había reparado en mi. Ni quería que reparara en mi. En una de ésas me andaba enamorando y era lo que menos quería. Yo siempre he sabido mantenerme alejada de los hombres más inconvenientes, voy a la segura. Y sí. Siempre termino con los hombres que me quieren más de lo que los quiero yo a ellos, me voy con los débiles, los que hacen lo que me viene en gana. Pero no él. El gringo (porque es gringo ya me dijo Toña, la de la tienda de al lado) tiene la mirada fuerte, pero al mismo tiempo se nota tranquilo. No hay que hacerme mucho caso, pero creo que oculta algo. No sé exactamente de qué se trate, pero es algo que me inquieta. Mi mamá siempre dijo que yo era bueno para eso de detectar cosas que los demás no detectan. Pues así con él. Algo le oculta al mundo, pero no tengo tampoco la seguridad. Es sólo una idea. 

2
   Ya sé que dije que me mantengo alejada de los hombres peligrosos. Esta vez no lo hice. Y no lo hice porque una vez que levantó la mirada y se encontró con la mía no hubo vuelta atrás. Fue una pendejada. Pero ya estoy aquí y ni modo de echarme atrás. Estoy en su cama. Retozamos como locos. Cómo hambriados. Como después de una larga. muy larga sequía. La verdad es que nunca me habían cogido como me coge él. Él decide que hacer con mi cuerpo y yo se lo permito todo. Me gusta que decida. Me gusta cuando me dice "jav dey ever foc yu laik dis?" No sé que diga, sólo sé que me gusta que lo haga y me lo dijo tantas veces, que me lo sé de memoria. Yo siempre tuve en mi cama a mexicanos. Y no lo había disfrutado tanto como ahora. Me avergüenza un poco, porque no lo conozco. Ni siquiera sé su nombre. Sólo sé que hace un rato justo después de sostener sus ojos en los míos por lo que me pareció una eternidad caminó seguro hacia mi, allí donde estaba parada tragando esa nieve de limón con mi vestido el más viejo y feo, despeinada como estaba, pero en un estado de autismo tal que ni siquiera supe moverme cuando tomó de la mano y me llevó a no sé donde. No dijo nada, sólo volteaba a verme de vez en cuando con unos ojos que la verdad no supe descifrar. Nomás me dejé. No dije ni pío (y dios sabe que yo siempre tengo algo que decir o algo que pelear). ¿Ya dije que no es un gringo cualquiera? Bueno, favor de no imaginarlo güero y de ojo azul, porque este gringo no es así. Este gringo tiene el pelo negro, negrísimo, diría yo. Tiene la piel blanca, muy muy blanca (que en la cama contrasta con lo moreno de la mía). Y tiene los ojos negros. Los ojos más bonitos que vi jamás. Las muchachas siempre se lo quedan viendo. No sé si ellas también habrán terminado en su cama, seguramente sí. Porque este gringo es coqueto. Y no lo culpo. A eso suelen venir a este pueblo, a ver a cuantas se cogen. 
   Yo siempre tuve mis novios bien. Nada de hacer estas cosas. Tampoco es que me importe mucho, ya llevaba semanas soñando con tener a este gringo en mi cama. Y la verdad es que ha estado tan bueno, que no me arrepiento en lo absoluto. Todas y cada una de las veces se ha venido adentro de mi con una fuerza que yo desconocía. La primera vez me dio miedo y al ver su cara al llegar al orgasmo, casi creí que traía un demonio dentro. Después vio mi cara de espanto y empezó a carcajearse. Me confundió tanto que no supe que hacer. Pero entonces, me besó como nunca me habían besado. Y de nuevo (como todo con este chingado gringo) lo dejé hacer lo que quisiera conmigo. Volvió a cogerme, pero esta vez con más calma. Me susurraba cosas al oído y me besó por todas partes. Tocó cosas que a decir verdad yo ni siquiera sabía que existían. Me uso en las formas más insospechadas y me colocó en posiciones que yo nunca supe que podía lograr. Todas y cada una de las veces esperó a que yo ya no pudiera gritar más del placer tan inmenso y entonces me decía una sarta de cosas totalmente incomprensibles para mi (yo nomás llevé inglés en la secundaria, acaso me sé los colores, pero ésos sí que nunca los mencionó). Al principio quise entenderle, pero después me cansé y me concentré en sentir y noté que ambos nos relajábamos más. Entonces, el me decía cosas en su idioma y yo las decía en el mío. Nunca en la vida había sudado tanto y soporté el dolor en los muslos tanto como pude después de todas las veces que me penetró. Me dejó en el portal ya bien entrada la noche y me dio un último beso en la frente. 

3
   Nunca supe su nombre. Fue una pendejada, ya lo dije. Pero la mejor pendejada. Chingado gringo. Nunca me han vuelto a coger como me cogió él . Chingado gringo, porque nunca lo volví a ver a pesar de buscarlo todos los días en los portales. Desapareció. Lo que me hace suponer que fui su última presa. Y eso me da algo de orgullo. Las muchachas pasaron varios días preguntando por él. Los días que siguieron a ése en que estuvimos juntos fueron los más calurosos del año, se sentía un bochorno insoportable. Y yo nomás acordándome y con unas ganas de coger... 
   Y entonces fue que terminé yendo a casa de Pepe. Por pendeja, también. 

4
   Yo siempre me mantengo alejada de los hombres peligrosos y terminó con los débiles. Así es Pepe. 
Días después de cogerme al gringo, fui con él porque no aguantaba las ganas de coger. Pepe es un tipo ordinario. ¡Vamos! que hasta su nombre es ordinario. Apuesto que el nombre del gringo era todo menos ordinario. 
   Y ahora cada vez que veo a este escuincle terminó acordandome del gringo. Obviamente Pepe lo ve blanquito, con los ojos negros y el pelo azabache y no sabe de dónde chingados salió así, si los dos somos morenos. Recién nació no pude evitar casi atragantarme, pero salí al paso con que mi abuela era blanca como la leche y me creyó. 
   Chingado gringo, porque no nada más por el chamaco me acuerdo sino que tampoco puedo evitar acordarme de las cogidas que me puso cada vez que ando abochornada por el calor de este pueblo. 

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