5.5.10

Los Andreses de mi vida

Quedan ya nomás dos Andreses y dos Andreas. Espero tener algún día uno, pa que sean tres. Y no sentirme tan solita. 

Quizás porque se me han ido pronto. Pero igual, supongo que debería de agradecer haberlos disfrutado los años que pude disfrutarlos. Un honor y un gusto conocerlos, pertenecer a su familia y más aún; ser recipiente de su amor. Se llevaron consigo parte de mi corazón. Y supongo que siemplemente tendré que aprender a extrañarlos. No queda de otra. 

   Al más viejito le pedí justo antes de irse que se me apareciera en sueños. Creo que no tengo porque espantarme. Le dije que por favor no lo hiciera con la mala leche de espantarme. Que viniera vestidito de blanco, gordo y cachetón (como antes de que enfermara), que nomás avisara que había llegado con bien a donde anda. Que no tuviera el tino de venir a espantarme en la noche. Igual creo que le va a valer madres y en una de ésas me anda espantando cagadísimo de la risa. No es que él fuera así, pero se divertía molestándome. Le voy a dar chance de espantar, nomás porque sé que lo pasará bomba si lo hace. Le pedí también que me mandará al hombre de mi vida. Uno que valiera la pena. Uno que fuera casi perfecto pa mi. Un hombre y no mamadas. Uno bien fuerte y bien inteligente, feo no importa, nomás que me quiera mucho. Él asintió. Pero sospecho que me daba el avión. Sin embargo, sí ha llegado un hombre. No sé si sea el bueno, no sé si sea el que yo esperaba, pero sé que llegó en un momento justo y sé también que por algo llegó ahora. Creo que no necesito más ángeles que al Andrés Diego. Con ése es más que suficiente. Muchas veces, ya en la agonía de los últimos días le dije que no tuviera miedo, que se fuera tranquilo, que íbamos a estar bien. Supongo que ese último día mi corazón sabía que algo pasaría. El insomnio la noche anterior, mi pésimo humor cuando desperté, la pesadumbre que se sentía sobre la casa. Mi cuerpo o algo en mi, ya sabía. Cuando escuché su voz diciéndome: se nos ha ido. Me alivié y al mismo tiempo no lo creí. Lloré. Me senté frente a su cuerpo, sentado sobre ese sillón que tanto odiaba. Lo vi flaquísimo, con la cara larga, la boca abierta, la faz en paz. Todavía ahora, cuando subo las escaleras por las noches y siento ese olor sobre mi cara, casi creo que voy a ver si silueta encorvada sobre aquel sillón verde, creo que lo veré con su dificultad para respirar, me pararé un rato junto a la puerta y me iré, porque soy incapaz de verlo sufrir así. Pero ahora al subir las escaleras es sólo esa sensación. Porque en una fracción de segundo, sé que ya no está, que ya se ha ido. Y que tengo que acostumbrarme a ello. Emilio Andrés me enseñó que con los meses, aprenderé a recordar ya no las cosas malas, las que me duelen, no. Aprenderé a recordar sólo las cosas buenas. Y eso deseo. El tiempo me dejará en la cabeza al Andrés Diego gordo y cachetón, recordaré sus dientes cuando raramente reía a carcajadas, recordaré todas las cosas que viví a su lado y recordaré que casi todo lo que soy, se lo debo a él. Recordaré cada uno de nuestros mejores momentos juntos. Cuando todo era mejor. Le contaré a mis hijos del Andrés Diego, el que me cuida desde allá donde está. 

   10 minutos habían pasado desde que murió. Llamamos a papá, lloró al teléfono. Llamé a Dayra y a Dariana. No contestaron. Llamé a Luis Darío. Tranquilo. Regresamos a sentarnos a su lado. No lo queríamos dejar sólo. Estábamos una al lado de la otra, viéndolo nomás. Viéndole su carita. Dándole besos. Todavía estaba caliente. Y entonces, le salió una lágrima. Una solamente. Seguro le daba tristeza dejarnos. Dejar el balneario y todo lo que éramos. ¡Joder! ¡Que también te vamos a extrañar, abuelo! Pero ya vete. Que vas a estar mejor allá. 

   Andrés Ramón (uno de los dos Andreses que quedan) llegó entonces. Temblaba cuando le di la noticia. Se sentó también con él. Lo miró. Le pedí que se quedara allí, pa no dejarlo solo. Me fui a bañar. Quise llorar mucho, pero no pude. Estaba aliviada. Incrédula. Dariana llegó después. Los ojos hinchados. Pero la misma calma de los demás. Cuando Dayra llegó, casi cuando se llevaban en cuerpo, se tiró a llorar sobre él. A pedirle perdón por no estar en ese momento. Pero seguro que Andrés Diego se lo perdonó. A ella se lo perdonaba todo. 

   Al velorio decidimos todas vestir de blanco. Malas vibras no. Porque además, él ya está mejor. Seguro que los chismosos nos criticaron todito. No importa. Cuando lo vi en su cajita, me tiré a llorar. Se veía justo como en una foto de hace 50 años: la de su boda. Igual de guapo. Hermoso. Con el cabello peinado hacia atrás y el rictus muy serio. "Así estás mejor, tu colita ya no te duele". Los chillones, los mirones y los morbosos ocuparon todos los lugares junto a él. A nosotros nos dejaron sin silla. Pero okay, no hay pedo. Al fin que fuimos nosotras las que lo disfrutamos por tantos años. Fuimos y nos sentamos en otro lado ¿Pos qué? Nos acordamos de cosas, nos reímos y nos sonreímos. Me llamó Jesús, porque él ha sido gran compañia en mis noches de insomnio y lágrimas desde la enfermedad. Platicamos horas y me distrajo con su plática. Tonta me vi, seguramente con mi carota de enamorada al teléfono en medio de un velorio. Pero no hay pedo, porque a éste, me lo mandó el Andrés Diego. Justo a las 3.30 am estábamos de regreso en la casa para dormir un rato. 3.40 todas en cama. Justo en ese momento se oyeron los pajaritos. Muchos pajaritos cantando y justo afuera de su cuarto, en la azotea. Era él, dijimos. Y cómo chingados no. Hoy hubo peda en el cielo, le dije a Dariana. Seguro que ya le están echando carrilla por serio. Pero segurito que se está riendo con sus hermanos, sus papás y el Emilio Andrés, que hace 9 meses ya que ha partido. 

   Yo a Emilio Andrés ya ni lo vi y el muy ojeis no se me aparece en sueños pa decirme como anda. Dicen los que lo han visto, que anda triste. Ojalá que cuando Andrés Diego lo haya visto, le haya puesto la regañada que quería ponerle. Pero mejor ni digo nada, que si se me aparece, sí me ando cagando. Ése sí era bien mamón y sí me anda haciendo la mala pasada. El viejito no es tan malo. Pues a Emilio Andrés ya ni lo vi. Y a veces me pregunto si el resultado no hubiera sido diferente de haber estado allí. No lo sé. El caso es que con Andrés Diego, estuve aquí every step of the way. Las cosas de la vida, que simplemente pasan y quién sabe porqué. 

   En su misa confirmé porque no pienso practicar la religión católica. El Jesucristo mamadísimo, con harto pectoral y pelo en pecho. Y el padre... Bueno, la misa fue un chisme de familia, donde además resulta que maltratamos viejitos pa quedarnos con la herencia. Has de saber, Andrés Diego, que poquito falto pa que saliéramos voladas la Dayra y yo con tu cajita pa mejor echarte unas palabras nosotras de TODO lo que significaste en la vida de muchos y sobre todo en las nuestras. En la mía. Porque, sí sabes, ¿no? Lo que fuiste, eres y serás para mi. Eres tantas cosas que ni siquiera sabría por donde empezar. Todo lo que soy, te lo debo a ti. Pinche padre y pinche gente chismosa. Con razón no quisiste rosarios ni que te enterráramos. Tú eras cero dramas. Cero enojos. Siempre dijiste que nomás no valía la pena. Algún día, gordo, quisiera ser una tercera parte de lo que fuiste tú. Tantito nomás, no puedo esperar alcanzar tal grado de bondad. 

   Me quedan Andrés Ramón y Diego Andrés. Y dos Andreas. Ya se me fueron Andrés Diego, nacido en 1926. Y Emilio Andrés, nacido en 1965. Jovenzuelos ambos. EN unos años, seguro que salen más Andreses. Mis hermanas y yo nos vamos a encargar de eso. 

   Yo no sé, abuelo, si te me pienses aparecer en sueños, si me veas, si me cuides y si estés al pendiente de uno. Pero creo que sí. Tengo fe (nomás) en ello. Yo no necesito ni dioses, ni ángeles ni nada de esas cosas porque te tengo a ti. Y eso es más que suficiente. Tengo fe, también, en que lo único que nos separan, son años. Quisiera estar más triste, llorarte más, pero creo que son sólo ideas preconcebidas. La verdad es que simplemente te extraño, pero estoy feliz por ti. Estás mejor ahora. No me queda, Abuelo, mi gordito.... No me queda más que agradecerte, por regalarme 23 años de vida a mi lado. Y al mundo, a los que te conocieron, agradecer que conocieron al mejor hombre: los años, meses, días u horas que te conocieron. Que lo agradezcan, porque se toparon con un ángel en vivo y a todo color. Y ese ángel, es el que ahora cuida mis pasos. 

Te amo, abuelo, mi gordito, don Andre, mi Andrés Diego. Por cierto, salúdame a Emilio Andrés. Y dile, que por fin, tendremos tiempo de extrañarlo a él también. Se nos fueron rápido, pero se nos fueron juntos. 

Te amo. 

1 comentarios:

Miss Congeniality dijo...

El mío se fue hace cerca de 20 años.
Me dejó siendo muy niña y con un montón de tonterías por hacer. Pero en cada una me ha acompañado, me ha consolado, le he pedido perdón y ha sido mi cómplice.
En efecto los abuelos se convierten en ángeles que encuentran siempre la manera de hacerse presentes. Extrañamos su voz, su risa, sus manos, pero nunca dejan de estar... ya verás.
Un abrazote!