7.10.13

La abuela de los consuelos.

Justo ahora que estoy llorando y que quisiera que alguien me consolara sé que la única que me puede dar consuelo soy yo misma.

Me acordé de cuando entré a trabajar a Interligua y lo difícil que fue obtener ese puesto. Ese curso para entrar me costó muchas lágrimas y esfuerzo. Recuerdo uno de esos días, quizá de los más difíciles donde regresé del DF agotada, llorando, no había comido en todo el día. Lloré todo el camino de regreso a Tlahue. Recuerdo que mi abuela me esperaba en casa con comida caliente. Era Enero o febrero. Recuerdo cómo me calentó la comida y mientras yo estaba en la mesa redonda de la cocina se sentó conmigo y me senté a llorar. Le dije todo lo que me pasaba, lo triste y agotada que estaba, lo mucho que quería tirar la toalla. Ni ahora ni entonces yo me permitía romperme con cualquiera. Con mis papás, por ejemplo, jamás. Ellos son los que peor piensan de mí, los que más critican cada una de las decisiones que tomo. Ahora que recuerdo, sí que lloré con ellos por la misma razón por la que lloré con mi abuela. Pero ellos no me inspiraron ni me hicieron sentir mejor. Quizá por eso yo guardo mucho resguardo de las cosas que les digo. Uno siempre busca las cosas que le hagan sentir mejor, no peor.

Recuerdo que mi abuela me moraba consternada mientras comía en medio de sollozos y mocos. Recuerdo que me preguntaba cosas y yo le contestaba. Recuerdo que me tomaba de la mano y me miraba con su carita como de que sufría conmigo sólo por verme sufrir. Porque me amaba mucho. Sólo por eso. Recuerdo como después de escuchar todo mi discurso de por qué mi día había sido una mierda, como estaba harta de la perra que me había hecho llorar, como odiaba el estrés de viajar a diario 4 am al DF, como odiaba correr en el metro con la incertidumbre de saber si llegaría o no, como le dije que no había comido en todo el día porque no me alcanzaba el dinero... recuerdo cómo cuando hube acabado me miro y me dijo: pues ya. Mañana no vayas y listo. Me apoyaba. Me decía: ya no te quiero ver sufrir. Entonces, no sé de dónde saqué fuerzas (seguramente de las fuerzas que me daba ella) y le dije: ni madres. Mañana regreso sólo por darle una lección a esa bitch.

Al final de la travesía la bitch me felicitó, por cierto. Por mi perseverancia. Porque sabía que yo era lista. Fue la cosa más difícil que tuve que hacer a los 17 años. A los culeros, siempre culeros de mis papás se los he de agradecer toda la vida. Yo no sería tan fuerte si no fuera por las culeradas. De los traumas para toda la vida, ufff. Bueno, aprendí como NO quiero tratar a mis hijos. Pero ése es otro tema.

Lo que sí sé es que hoy, ahorita, extraño un chorro a mi abuela. Que me diera de comer calientito y me dijera: Pues ya. Si te mandan a la verga, ni modo. No te quiero ver sufrir. Entonces yo, llorando todavía, la abrazaría y le diría: ni madres. Fiel a mí misma hasta el final.

No tengo eso porque ella ya no está. Lo que tengo es a mí. Así que supongo que hoy me iré a dormir chille y chille, imaginaré que como muchas veces duermo con ella y la abrazo. La abrazo la abrazo y la vuelvo a abrazar.

Hoy, nomás me consuelo yo. 

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